El protagonista es una vez más Colin Farrell, un guionista alcohólico irlandés en período de crisis creativa que por ahora sólo tiene el título de su próximo libreto: Siete psicópatas, y un amigo (Sam Rockwell) que le sugiere ideas interesantes.
La propuesta de McDonagh es tan arriesgada como brillante, apoyada en un guión magníficamente dialogado con diez o doce actores que bordan sus excéntricos personajes. El director irlandés consigue ser metacinematográfico y original sin robar terreno a los Ritchie, Tarantino y Cohen. Definitivamente es un autor con lenguaje propio, condenadamente divertido y capaz de hacer que sus personajes resulten atractivos sin caer en el ridículo.
La escena del cementerio con el trío Farrell-Walken-Rockwell en plena apoteosis es una genialidad de humor envidiable. Y la música de Carter Burwell, compositor habitual de los Cohen, se combina magníficamente con canciones de estilos muy diversos: opera clásica, el soul de P.P. Arnold, la aportación de la Reina del Rock Linda Ronstadt. Lo que podía ser un totum revolutum en el que “todo vale”, acaba siendo una película coherente, sugerente y muy amena.
Calificación: 8
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