Hayao Miyazaki: imaginar es volar

Ganó un Oscar, un Oso de Oro en Berlín y un León de Oro en Venecia. Pero sobre todo ha sido un referente fundamental en el cine de animación a la altura de muy pocos: John Lasseter, Walt Disney

Hayao Miyazaki reconocía que no se consideraba un genio innovador sino una persona que intentaba ganarse la vida dibujando. Sin embargo la admiración universal de sus películas no se refleja sólo en la taquilla: los críticos de cine y artistas del séptimo arte también coinciden en considerarle un verdadero maestro.

Hayao Miyazaki nació en Tokio en 1941, un momento crucial de la historia de su país. Japón estaba inmerso en la Segunda Guerra Mundial mostrando al mundo su poderoso avance tecnológico, especialmente llamativo en su ejército aéreo. El tío de Miyazaki era dueño de una compañía y el pequeño Hayao vivió una infancia muy marcada por la fascinación por volar.


Esta afición es muy visible en su filmografía. Nausicaä del Valle del viento, El castillo en el cielo, Nicky, la aprendiz de bruja, El castillo ambulante, Porco Rosso o la que en principio será su última película: The Wind Rises, tienen una localización común: un cielo azulado claro con viento moderado y nubes blancas.

Para Miyazaki la animación es el arte de imaginar lo imposible: gatos que sirven de autobús, personajes que se convierten en animales, espacios y tiempos que juegan a no ser convencionales sino ingeniosos. Quizá por eso su cine no sea tan accesible como el de Pixar.

Tan lejos, tan cerca

Una película como El viaje de Chihiro (ganadora del Óscar a la mejor película de animación en 2003), no es una obra sencilla ni para niños ni para adultos. Aún siendo una de las películas de habla no inglesa más taquilleras de la historia del cine (hace poco superada por la francesa Intocable), no resulta una experiencia fácil de disfrutar. Hay demasiada complejidad visual y argumental, demasiada creatividad condensada para poder ser asumida sin una preparación previa.

Este cierto hermetismo resulta desconcertante en un autor que colaboró en series de anime que triunfaron en todo el mundo como Sherlock Holmes, Marco o Heidi. Pero en el momento en el que Miyazaki tuvo el control sobre sus películas (y en su caso se trata de un control exhaustivo, agotador, que le lleva a escribir, dirigir, hacer los storyboards, etc), el salto al vacío empezó a ser una práctica habitual en su narrativa.


Dentro del anime japonés, Miyazaki ha optado por un cine delicado y profundo, bellísimo en sus colores luminosos, bondadosa y nostálgico con un sentimentalismo sencillo y elegante que pretende llegar a todo tipo de públicos. Un cine muy alejado de la violencia característica y el pesimismo existencial de gran parte del anime y el manga más exportado (Akira, Bola de Dragón, etc).

Sus dibujos de definición imperfecta y un 2D irrevocable tienen una belleza muy singular. Los personajes expresan un optimismo vital que supera grandes gestas apoyados en una Naturaleza que a veces parece peligrosa, pero en realidad siempre tiene un perfil amable. Son numerosas las escenas en que un personaje se acerca a una criatura maldita confiando en su bondad natural. “No es peligroso, simplemente tiene miedo”, dice Nausicaä, una de las heroínas de Miyazaki (habitualmente femeninas).

La princesa y el compositor

Desde que en 1979 estrenase su primera película (El castillo de Cagliostro), Miyazaki ha dirigido 11 películas en 34 años. Un punto claro de inflexión en su carrera fue en 1997 cuando presentó La princesa Mononoke, su película más oscura y más cara (más de 100 millones de dólares de presupuesto). Miyazaki contaba con el apoyo en la música de su compositor oficial Joe Isaishi. Este colaborador habitual también de Takeshi Kitano, y responsable de una de las partituras más sugerentes de los últimos años (la compuesta para la película ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 2008: Despedidas), es uno de los grandes responsables de la magia del mejor cine japonés.


Con La princesa Mononoke empezó a considerarse a Miyazaki no sólo un artesano ingenioso sino un renovador del cine que empezó a tener eco en festivales de todo el mundo con una historia que aunaba épica y romanticismo. La película fue un éxito en taquilla dentro y fuera de Japón y facilitó el acercamiento de Occidente a sus obras maestras previas como Mi vecino Totoro (1988). Este espíritu del bosque es el logo de los estudios Ghibli que junto con Miyazaki dirige su amigo y mentor Isao Takahata (creador de verdaderas obras maestras de la animación como La tumba de las luciérnagas).

La admiración que los grandes genios de la industria de animación norteamericana tienen por la creatividad del cine de Miyazaki no ha hecho más que incrementarse con el paso de los años. Actualmente Walt Disney distribuye las películas de Miyazaki fuera de Japón y el líder de Pixar, John Lasseter, considera al dibujante nipón una de sus principales influencias. Tanto es así que en uno de sus grandes películas (Toy Story 3) incluyó a Totoro como uno de los peluches del protagonista. (en realidad este juguete ha sido la joya de la corona del merchandaising del Imperio Ghibli).

El viento que se llevó a Miyazaki

La edad, el excesivo trabajo y una ceguera progresiva han hecho que Miyazaki se retiró con una película que se pudo ver en festivales como Venecia, San Sebastián o Sitges. The Wind Rises es una película crepuscular basada en un comic del propio Miyazaki. En ella se recuerda la vida del famoso diseñador aeronáutico italiano Caproni. En esta obra se recogen los grandes elementos de su cine: la fascinación por volar, el mundo contradictorio japonés, creativo y destructor, capaz de vivir grandes sueños y sufrir culminantes tragedias.


Pero sobre todo en la película hay mucho viento: el que mueve las nubes, provoca olas salvajes, despeina a los personajes que miran desde la ventanilla de un tren como su vida no será la misma después de ese viaje. Algunos decían que John Ford era un tipo con suerte porque hasta el viento se aliaba a su favor en los rodajes. Algo desmentido entre otros por Mauren O´Hara que explicaba que el director norteamericano mandaba poner ventiladores ajustados para que el viento fuese un elemento dramático más.

No es la única similitud entre Miyazaki y Ford. A ambos les apasiona el uso del paisaje como instrumento artístico y el humanismo entrañable que reflejaban en sus personajes. Ambos tienen una fama de auténticos dictadores intratables compatible como una intuición artística de indudable genialidad. Pero sobre todo, estos maestros marcan un antes y un después en la historia del cine.

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