No es una obra maestra, pero tiene a dos monstruos de la interpretación como Henry Fonda y Katherine Hepburn, una fotografía maravillosa y una banda sonora magnífica de Dave Grusin. Y ha envejecido mejor que la ganadora del Oscar a la mejor película en 1982 (Carros de fuego), aunque ese año el premio se lo debía haber llevado de calle En busca del arca perdida.
La escena final de la película debería estudiarse en las escuelas de interpretación. Se gesticula muy poco y se dice mucho: la vida que se pierde, la memoria que se borra, el amor que revive, el sentido del humor que regenera... Es la naturalidad que da ese aspecto de veracidad al cine que hace que uno habite no sólo pieles (eso que sucede en las películas de Almodóvar) sino almas.
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