Saber elegir en el cine y en la vida


Hay actores que tienen algo especial para la cámara. Hacen una película y parece que la pantalla les sienta tan bien. Eso le sucedió a Chris O´Donnell en dos de sus primeras apariciones famosas en el cine. La primera fue breve (apenas unos minutos), pero muy intensa en Tomates verdes fritos en la famosa escena del tren. Era el perfecto hermano mayor; guapo, joven y generoso. Estaba espléndido en su encantador personaje, apenas esbozado.



En su segunda película se enfrentó, ya como protagonista, a Al Pacino y a un joven Phillyp Sheymour-Hoffman en Esencia de mujer. Era lazarillo, Pepito Grillo, chófer, compañero leal... Al Pacino lograría su único Oscar con su interpretación de un militar ciego insoportable, pero su joven escudero causó sensación por su madurez interpretativa con apenas 22 años.



Pero ahí empezó a enfangarse su carrera haciendo de Robin en las peores películas de Batman (las de Joel Schumacher claro) y romanticismo sentimentaloide: Amor loco, En el amor y en la guerra.

Y desde entonces ha aparecido en series de televisión comerciales como Hawai 5.0 y NCIS: Los Ángeles y en papeles secundarios de películas olvidables como Limite vertical, Max Payne, Dinero en fuga, Como perros y gatos y Kinsey.

Hoy cumple 46 años y no tiene ninguna película pendiente por estrenar. Un talento perdido para la causa del séptimo arte.





A toda esta carrera maltrecha hay que añadir en positivo que la vida familiar de este actor es un auténtico milagro. En 2017 hará 20 años de matrimonio con la profesora Carolinge Fentress con la que ha tenido 5 hijos. Es católico practicante. Y esto hace de él no una rara avis, sino una especie en extinción que hay que proteger en un mundo donde el trabajo, la fama y los viajes devoran familias y amigos.

En este aspecto, Chris O´Donnell sí ha sabido elegir. Y que dure muchos años...

Os dejo una foto familiar. Bonita.

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