Kristin Scott Thomas y el dolor que no llora

Juliette (Kristin Scott Thomas) sale de la cárcel después de quince años de condena por el misterioso asesinato de su hijo. En este tiempo Juliette, abandonada por su marido y su familia, no ha tenido contacto con el mundo exterior. Léa (Elsa Zylberstein), su hermana menor, la acoge en su casa de Nancy, donde vive con su marido Luc (Serge Hazanavicius) y dos hijas adoptivas.

El argumento de esta película podría haber derivado con mucha facilidad al de una telenovela venezolana. Pero Philipe Claudel (Nancy, 1962) sabe de lo que habla (ha dedicado mucho tiempo a la enseñanza de niños discapacitados y presos) y sabe cómo contarlo. Ganador del prestigioso premio literario Renaudot por su novela Almas grises, Claudel escribe y dirige esta opera prima con la madurez de los buenos narradores que saben construir personajes y describir emociones sin caer en defectos tan habituales como la cursilería, la pedantería o el hermetismo.


En este caso vuelve a adentrarse en el dolor humano desde la perspectiva de las personas que rodean a los que sufren (uno de los temas fundamentales en Almas grises, novela que contemplaba los horrores de la I Guerra Mundial desde los habitantes de un pueblo francés ajeno al conflicto bélico). La película analiza y crítica la falta de respuestas y en muchos casos la carencia de tacto de los personajes que acompañan a Juliette. Y lo hace desde una interpretación sobresaliente de Kristin Scott Thomas que aguanta todo el peso dramático de la película casi sin palabras. Con su mirada y sus gestos va poniendo a la sociedad ante un difícil interrogante: ¿se puede ser feliz mirando a otro lado?

No es Claudel un hombre de muchas respuestas, pero tampoco es un narrador que arroja preguntas al espectador con el convencimiento de que no podrá responderlas. Aunque de fondo hay un planteamiento antropológico cercano al nihilismo y a la desesperanza, Claudel consigue no cargar las tintas en el dramatismo dando a los personajes una humanidad minimalista que salva en cierta medida la película del pesimismo cerrado. De esta manera Claudel acaba permitiendo algo de luz en el argumento aportando detalles de ternura, deseos de ayudar que hacen que la película haga pensar al espectador sin cerrarle todas las puertas.

Además, la película sabe mantener el interés dramático a lo largo de las casi dos horas de metraje jugando con las palabras y los silencios que ayudan a pensar e interpretar los matices de los personajes. 

Calificación: 8


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