Cuando Alice salvó a “Luther”

La tercera temporada de Luther ha sido una de las grandes decepciones de los últimos meses. No es fácil explicar como una serie tan redonda en las dos primeras temporadas se ha convertido en algo tan gris en tan sólo 4 capítulos.

Ni Luther, ni su nueva e insulsa novia, ni los asesinos tópicos y egocéntricos consiguen interesarte. No digamos ya la trama de asuntos internos que dirigen dos pardillos, torpes como pocos, incapaces de demostrar algo evidente: que Luther rebasa las líneas de la legalidad.

El problema fundamental está en el guión, que le falta magia, frases de cine negro que sí había antes, atmósfera del mal en definitiva. Neil Cross ha caído en inercias y errores de bulto confundiendo truculencia con sugerencia. Los asesinos de esta tercera temporada pueden ser incluso más macabros en sus acciones pero no tienen esa perversidad intelectual. Idris Elba padece como puede el bajón de sus diálogos, con su cara de mala leche que empieza a resultar anodina. Aunque bueno, después de los diálogos que tuvo que interpretar en Prometheus, el actor y productor londinense debe estar curado de espanto.

La ventaja de esta temporada es que termina con su mejor capítulo. Y cómo no, tiene que ser Alice (la mejor de la serie, capaz de estremecer a espectadores y víctimas con un alfiler o un simple tornillo) la encargada de salvar a Luther del naufragio. Hemos tenido que esperar mucho (6 capítulos, o sea, temporada y media) pero el regreso ha merecido la pena. La pelirroja tarda unos segundos en demostrar que ella sí que lo vale, que ella sí que hace interesante todo lo que toca. La manera en que Alice trata al nuevo amor de Luther es colosal. Nunca se aprenderá su nombre, ella prefiere llamarla “duendecillo”, Campanilla… En el fondo Alice parece echar en cara a todos los personajes: ¿Qué habéis hecho con mi serie? ¿No os da vergüenza ser tan insulsos?

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