Y los sueños, sueños son

Dom Cobb (Leonardo Di Caprio) es un especialista en robar los sueños de la gente a través de la incursión en su subconsciente. Sin embargo, este don le ha convertido en un ser fugitivo que sólo podrá redimirse pasando de ser ladrón a protector de los sueños de uno de los hombres más poderosos del planeta.

Hay alguna que otra vuelta de tuerca que no acaba de estar bien resuelta (en especial el capítulo final de la nieve) y a la relación Cotillard-Di Caprio le falta algo de claridad y profundidad de campo para ser el potente motor emocional que requiere la historia. Pero… ¡qué gran película de este director británico que apenas hace unos días cumplía 40 años! 


En este tiempo Nolan ha instalado su filmografía en el mundo del subconsciente y en sus conexiones con el mundo real a través de los mitos del comic (Batman begins, El caballero óscuro), la magia (El truco final), los estados mentales irregulares (Memento) y los sueños (Insomnio, Origen). 

Repite con su equipo técnico habitual: el compositor Hans Zimmer, omnipresente a lo largo de toda la película con su inquietante banda sonora, el director de fotografía Wally Pfister y el editor Lee Smith (que, aparte de la obra de Nolan, realizó un trabajo brillante en Master and Commander). Y la potencia visual es tremenda, a la altura de muy pocos. Sobre todo porque es capaz de no caer en el virtuosismo vacío que sí se pierden últimamente otros grandes como Ridley Scott, Scorsese o Brian de Palma.

Gran parte del mérito de la película es del guión del propio Nolan que aprovecha actores de peso para construir personajes con relieve que interesan y emocionan en sus conflictos clásicos en el cine del siglo XXI. Todo ello en un mundo que se desmorona en explosiones espectaculares que reflejan la decadencia de una era que acaba por llegar a los orígenes: el sentido de filiación e identidad perdidos, la conexión con la realidad que capacita o impide la donación a los demás y por tanto la felicidad, la defensa de la intimidad y el respeto a la creatividad individual.

El único problema que tiene la película es que requiere un grado de atención que dudo que puedan prestarle la generación del link acelerado y la atención dispersa (que al fin y al cabo son los que van al cine). Aún así, triunfe o no en taquilla, nadie podrá negar a Nolan los enormes riesgos de su película y su facilidad para enredarse sin morir en el intento en el terreno resbaladizo de obras maestras del inconsciente como Recuerda o Vértigo, del maestro Alfred Hitchcock

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