En 1949 Mengele huyó a Argentina donde siguió realizando estudios genéticos con una falsa identidad. De aquí parte El médico alemán, película de la argentina Lucía Puenzo, que esta vez realiza un trabajo menos extravagante y hermético que en anteriores ocasiones (El niño pez, XXY).
El catalán Àlex Brendemühl (Insensibles, Héroes) realiza una interpretación prodigiosa, con una entonación alemana perfecta y una voluntariamente imperfecta forma de hablar español con acento argentino postizo. Su retrato es diabólico, definido con un tono minimalista: la manera en que mide las mandíbulas, las falanges de sus “cobayas”, la mirada gélida y científica del que desde hace años no ve almas sino cuerpos, del médico que no pretende curar individuos sino mejorar una raza.
El guión de Puenzo permite una matizada apreciación del mal sin chillar al espectador ni subrayar una maldad inverosímil. En este sentido, la película recuerda, en el ritmo y en el retrato hábil y certero de un dirigente nazi a la película Hannah Arendt, de Margarethe von Trotta. La voz en off de la niña Florencia Bado resulta muy sugerente y necesaria para contar una historia que no pretende agotar el personaje de Mengele, sino acercarse a él de una manera distinta.
Esta sutileza narrativa se enmarca con mucho acierto en la fotografía de Nicolás Puenzo de unos paisajes idílicos de Argentina; una manera muy sugerente de mostrar que en medio de la belleza puede anidar la naturaleza más corrompida. En el fondo, es de lo que trata la película: de cómo la naturaleza de las cosas se puede pervertir, de cómo un científico con enorme talento puede ser recordado por el dolor y las muertes causadas desde su aberrante concepción del ser humano.
Calificación: 7,5