Julio de la Rosa es el compositor de todas las películas de Alberto Rodríguez (Grupo 7, After, Siete vírgenes). En La isla mínima ha logrado su mejor trabajo con una música que logra
un atmósfera de tensión que se puede cortar. Dice el director sevillano que “la
banda sonora es potentísima, muy ambiental. En determinados momentos la música
se fusiona con el sonido de los pájaros, los grillos o las chicharras. A veces
incluso bajábamos la música para que fuese casi imperceptible”.
Estas palabras de Alberto Rodríguez cobran especial
importancia desde el comienzo de la película. Los planos aéreos de las marisma
van cobrando vida con un tenue sonido de tensión de cuerdas, un tambor… Esa
cadencia de ritmos recuerdan a las bandas sonoras del argentino Gustavo Santaolalla (Brokeback Mountain, 21 gramos, Babel).
Dice Julio de la Rosa que esta es “la banda
sonora más larga que ha compuesto para una película de Alberto Rodríguez, y también en la que la música está más
escondida. En ningún momento cesa y aunque se escuche sólo por debajo te va
llevando y engañando”.
La combinación con
música sintetizadora también es muy acertada, dando esa sensación de pesadilla
que está a punto de llegar a su punto de máxima intensidad. Como buen cine
negro, La isla mínima juega con la
música para centrar el interés en el drama de los personajes, simbolizado
también por los parajes encharcados y soleados con tonos grises y marrones.
Aunque hay algunos temas musicales de persecuciones y trepidación que son
eficaces, la personalidad de la banda sonora se adquiere especialmente en los
tramos más serenos del score.
Para la ambientación
de la época resulta fundamental el uso del clásico de las discotecas de los 70:
Yes sir, I can boggie del dueto español
Baccara. Una música que transmite
con mucha precisión la banda sonora de los años de la transición, en que se
empezó a fraguar la movida.
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