No suele haber término medio. A algunos les gustan las series y a otro no. Unos son adictos reconocidos, con momentos semanales de sobredosis, con esa necesidad de hablar del último capítulo que han visto, mientras que a otros les parece que las series exigen demasiado tiempo y paciencia. Ni les enganchan ni quieren ser enganchados.
En la última década la pequeña pantalla ha cambiado por completo. Ahora la mayoría de actores y directores de prestigio participan en una serie. En las universidades ya no se usan documentales sino un capítulo de The wire, Mad Men o The Newsroom. Y cada vez es más difícil mantener una conversación en la que no aparezca el final de Breaking Bad, el último capítulo de Sherlock o Tiempo entre costuras.
Es evidente que cada uno usa el tiempo libre en lo que quiere y las series son una afición exigente. Por eso precisamente hay algunos que optan por ignorarlas, al igual que otros deciden vivir en un mundo sin Twitter, WhatsApp o Facebook. Están en su derecho y hay que reconocerles que tienen bastantes razones a su favor. El grado de idiotez y esclavitud al que se puede llegar con la adicción a redes sociales y series es perfectamente visible. Pero también es verdad que hay un sector de la población, quizás menos llamativo, que aprovecha estos medios para conocer más sin perder el control de su vida.
Por poner un ejemplo, hace unos días terminó la sitcom Cómo conocí a vuestra madre. 10 años de emisión, 9 temporadas y más de 100 capítulos. En este tiempo hemos visto capítulos fantásticos y otros más mediocres. Pero es lo lógico. Ahora resulta que a nadie le gusta como ha acabado esta serie, pero en realidad es que pedimos imposibles. No hay películas ni series perfectas. ¡Hasta Casablanca tiene sus errores de guión! Y como una serie tiene más metraje que una pelicula, lo normal es que haya partes prescindibles, de relleno. Uno puede enfadarse con el televisor y dejar de ver Homeland, Luther, Sherlock. Pero casi seguro que se perderá algunos momentos que nunca podrá a encontrar en una sala de cine.
Es evidente que cada uno usa el tiempo libre en lo que quiere y las series son una afición exigente. Por eso precisamente hay algunos que optan por ignorarlas, al igual que otros deciden vivir en un mundo sin Twitter, WhatsApp o Facebook. Están en su derecho y hay que reconocerles que tienen bastantes razones a su favor. El grado de idiotez y esclavitud al que se puede llegar con la adicción a redes sociales y series es perfectamente visible. Pero también es verdad que hay un sector de la población, quizás menos llamativo, que aprovecha estos medios para conocer más sin perder el control de su vida.
Por poner un ejemplo, hace unos días terminó la sitcom Cómo conocí a vuestra madre. 10 años de emisión, 9 temporadas y más de 100 capítulos. En este tiempo hemos visto capítulos fantásticos y otros más mediocres. Pero es lo lógico. Ahora resulta que a nadie le gusta como ha acabado esta serie, pero en realidad es que pedimos imposibles. No hay películas ni series perfectas. ¡Hasta Casablanca tiene sus errores de guión! Y como una serie tiene más metraje que una pelicula, lo normal es que haya partes prescindibles, de relleno. Uno puede enfadarse con el televisor y dejar de ver Homeland, Luther, Sherlock. Pero casi seguro que se perderá algunos momentos que nunca podrá a encontrar en una sala de cine.
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