Con este argumento Koreeda vuelve a hablar de la familia, de la educación y la genética, de un mundo que juega con la paternidad como si fuese una etiqueta de quita y pon. Y lo hace dejando al espectador a los pies de personajes de carne y hueso que se enfrentan a dilemas universales sin subrayados, con sencillez en la mirada y en los diálogos, con talento en cada plano, en cada giro narrativo. Koreeda lo hace todo fácil y directo, como Miyazaki. Y eso está a la altura de muy pocos.
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