El cine japonés tiene una facilidad única para hablar de sentimientos con una sencillez tan poética y humana como universal. Yôji Yamada tiene 86 años en los que ha hecho decenas de películas como Una familia de Tokio, La casa del tejado rojo o Love & Honor. En Nagasaki, Recuerdos de mi hijo (2015) ha conseguido uno de esos milagros del cine que sólo pueden realizar los grandes maestros. Ya lo hizo Hitchcock en Vertigo o Dreyer en Ordet. Ambos fundían el mundo de los vivos y los muertos en películas con naturalidad y sugerencia.
Yamada ha hecho una película encantadora sobre la bondad humana superviviente a una bomba atómica. Con delicadeza y humor, con unos actores que transmiten vida y verdad en cada gesto, con la sencillez y la poesía de los grandes sabios. Excepto una última escena un tanto excesiva, el resto tiene unas medidas perfectas. Cine espléndido. A la altura de mi novela favorita: Requiem por Nagasaki.
Calificación: 9
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