La crítica norteamericana ha acertado de pleno al comparar a Mud con la literatura aventurera de Mark Twain. El protagonista de esta película tiene un halo de niño perdido de la cultura del éxito norteamericana similar al que tuvieron en su día personajes como Huckleberry Finn o Tom Sawyer. El director y guionista de la película Jeff Nichols (Arkansas, 1978), ya trató una historia con ciertos paralelismo en su opera prima (Shotgun Stories, 2007). Sin embargo, la película con la alcanzaría mayor prestigio internacional fue con la apocalíptica Take Shelter en 2011 al ganar el Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes. En todas ellas retrata seres solitarios, indefensos, salvajes e inocentes en busca de un refugio nuclear, un amigo o al menos una mirada que les proteja.
En Mud destaca la revitalización de dos actores habitualmente dedicados a la comedia capaces de estar simplemente insoportables si no se les dirige con acierto: Reese Whiterspoon (En la cuerda floja, Esto es la guerra , Ojalá fuera cierto) y Mathew McCounaguey (Novia por contrato, Como locos a por el oro, Amistad). Ella construye el personaje con la mirada, él con la voz (una insustituible y demacrada voz). Juntos protagonizan una historia de amor insólita, magníficamente sugerida en el guión del propio Nichols. El resto de actores también muestran una contención y veracidad interpretativa muy lograda, especialmente en el caso de los dos adolescentes y en el de los secundarios Sam Shephard y Ray McKinnon que aprovechan personajes escritos con una precisión milimétrica. Curiosamente el actor con un personaje menos definido es Michael Shannon, protagonista de las dos películas anteriores de Jeff Nichols.
Todo lo que cuenta Mud está narrado con un tempo lento, adecuado para unos personajes que no se desvelan a la primera línea de diálogo, que les guste esconder una rica intimidad muy bien insertada en un entorno selvático en el que hay serpientes, ríos a ninguna parte, camisas que protegen de la muerte y barcos que sobreviven con remiendos de chatarra y motores robados. La fotografía de Adam Stone (otro habitual en el equipo técnico de las películas de Nichols), da un tono realista a los paisajes, permitiendo un cierto romanticismo en detalles visuales de una lírica muy elocuentes: los atardeceres con los adolescentes montando en una vieja motocicleta, la conversación a la luz de la hoguera con Mud, el cruce de miradas entre Reese y Mathew cuando empieza a anochecer y la luna no quiere perderse el espectáculo.
Jeff Nichols también vuelve a contar con el compositor David Wingo que ya hizo una partitura muy sugestiva de piano en Take Shelter, y aquí adopta un estilo country perfectamente adecuado a la historia. Se agradece sobre todo el uso moderado de la música para mantener una coherencia con una melodía visual y narrativa muy sutil pero que te deja la sensación de haber visto personajes de carne y hueso que interesan de principio a fin.
Calificación: 8
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