"321 días en Michigan": Sin rutina en la cárcel

Desde la elección del título, 321 días en Michigan está llena de aciertos y sorpresas. Nada es lo que parece en los primeros minutos de la película. Ni Antonio va a hacer un Master empresarial a Michigan de un año de duración, ni las fotos que va colgar en su blog serán verdaderas. Pero eso es lo que creen sus amigos que van a despedirle al aeropuerto. En realidad Antonio ha sido condenado por un delito financiero y tendrá que pasar un año en una cárcel malagueña, a pocos kilómetros de su casa lujosa y su guapísima mujer. Al entrar en la cárcel Antonio ya no es la envidia del barrio, sino “El Pijo”, un joven aseado que tendrá que aprender a ser un preso como los demás.



Esta película de un género tan trillado como el carcelario sorprende por su humanidad, por las diversidad de personajes que se enfrentan de diferentes maneras a la falta de libertad. El andaluz que hablan la mayor parte de ellos da lugar a algunos momentos divertidos y otros entrañables que oxigenan unas vidas marcadas para siempre por un delito. Para lograr esta veracidad el director y coguionista de la película Enrique García dedica más tiempo a la psicología de los personajes que a lo clásicos trapicheos y rebeliones dentro de la cárcel.

Quizás al protagonista le falta, en la interpretación y en sus diálogos, algo más de vulnerabilidad y cercanía con el espectador, pero el resto de personajes están muy bien retratados. El grupo de mujeres coraje es maravilloso, justamente premiado en el último Festival de Málaga. La solidaridad entre ellas es muy espontánea y los diálogos no tienen desperdicio. Destaca especialmente el trabajo inmenso de al primeriza Virginia De Morata que compone un personaje perfecto en el que hay ternura, carácter y pillería. Es una lástima que su relación con el protagonista no esté bien desarrollada: tienen algunas escenas iniciales acertadas pero en seguida se cae la aceleración narrativa y el sexo de anuncio de desodorante (algo parecido a lo que sucedía en los rutinarios flash-back de Celda 211). 


El cuidado de las tramas secundarias es lo que hace de esta opera prima una película imponente y madura. El delincuente que bajo la apariencia de salvaje esconde una hombre que sueña con ser un buen padre, la chica de discoteca acostumbrada al éxito que tendrá mucho que aprender de mujeres aparentemente fracasadas, el drogadicto que siempre tiene un chiste fácil hasta el día en que ve la muerte cara a cara. La cámara consigue hacerse invisible para que el espectador observe una historia matizada y creíble, que no necesita de tramas trepidantes y estiradas para conectar con el público.

Uno de los compositores españoles de mayor repercusión internacional, Fernando Velázquez (Lope, Los ojos de Julia, Mamá, Lo imposible), se interesó por esta película malagueña al ver Tr3s razones, el cortometraje de Enrique García en el que estaba basada la historia original. Su participación en la película es decisiva, una ayuda inestimable para lograr la emoción necesaria de una historia que se cuenta más con miradas y gestos que con palabras. Es una música minimalista sugerente que sabe aparecer y desaparecer en el momento apropiado, coherente con una película que está perfectamente medida en el timing de las escenas y el ajustado metraje final. La utilización de varias canciones del flamenco más sentido tienen una razón de ser muy clara; favorecer los procesos reducidos y trazar con más exactitud el drama de los personajes.

Si el principio es fascinante, de película de misterio, el plano final y la canción Qué mas da compuesta por Fernando Velázquez y cantada por una de las más grandes Pasión Vega, es una ejemplar manera de terminar la historia.

Calificación: 8

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