Cada vez veo más similitudes en algunas tendencias del cine
y el fútbol que nos llegan últimamente. Entrenadores y directores etiquetados
como “modernos” y apellidados en un pasado lejano como “renovadores” parecen
empeñados en hacer un cine-fútbol que no sea ni bueno ni malo, sino todo lo
contrario. Es decir, algo que se podría definir como un nuevo método “académico”
y “equilibrado” para asegurar la victoria o, más bien, para hacer imposible la
derrota.
En este estilo se encuadra la esperada vuelta de David Fincher. Probablemente conocedor
de la mayoría de las críticas que hasta ahora ha recibido: excesivamente
truculento y videoclipero en Seven
(1995), vacíamente pirotécnico en The
Game (1997) y La habitación del
pánico (2002), y decididamente excéntrico y hermético en El club de la lucha (1999), Fincher ha realizado una obra que
carece de todos los supuestos defectos de esas películas… Y también de todas
sus virtudes.
Y es que Zodiac,
recreación de la investigación del famoso asesino en serie norteamericano que
firmaba sus crímenes con ese mismo nombre, es quizás la menos interesante de
las películas que hasta ahora ha firmado Fincher.
158 minutos de historia contada con mucho diálogo y mucha investigación rodado
en un formato casi documental en los que, sin llegar al bostezo, una va de aquí
para allá, prueba-error, prueba-error y al final todo se acaba y uno se queda como
entró. Porque nadie dice nada que esté mal dicho, pero nadie dice nada
interesante. Nada sabemos de ninguno de los personajes: ni de los asesinados,
ni de los policías y menos aún del asesino en serie que padece cefaleas y le
gusta hacer jeroglíficos con la policía.
Eso sí, todo es intachable, está bien rodado y desarrollado…
¿El resultado? En Estados Unidos coincidieron público y crítica con un
aséptico arqueo de cejas. Pues vale, un thriller más que supone un error menos.
Así ganó Grecia una Eurocopa y Mourinho dos Champions.
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