"Loreak": A Baudelaire nunca le enviaron flores

El reconocido poeta maldito francés ha pasado la historia de la literatura gracias a las flores del mal, la belleza irresistible de la perversión humana. Loreak (“Flores” en euskera) habla de la belleza del amor que no olvida ni a los vivos ni a los muertos, que cada día cambia de color. Con un argumento así sería fácil escribir una historia cursi, ñoña, simple. Pero la película de Goenaga y Garaño (dos directores de San Sebastián hasta ahora dedicados al cine documental y al cortometraje) es una obra de arte elegantísima, de una lírica sencilla e irresistible.



La película tiene todos los componentes del cine con mayúscula. Visualmente no sólo es atractiva, sino que utiliza con mucho acierto las metáforas: el hombre que mira desde arriba, la mujer que no alcanza a ver desde abajo, las flores coloridas y las flores de plástico, los vestidos y peinados de las protagonistas que definen la personalidad de cada una.

Loreak es además una película de mujeres en las que el hombre no es un mero admirador. Es un protagonista que centraliza una historia llena de misterios que se van desvelando lentamente, con un ritmo narrativo logradísimo. Aunque hay algún actor secundario poco entonado el trabajo de las tres actrices protagonistas es maravilloso, tan delicado y sutil que el ajustado metraje se pasa volando. 



La música del maestro Pascal Gaigne (El sol del membrillo, Siete mesas de billar francés, Verbo) modera el inmenso poder emocional de la película con mucha destreza y respetando el silencio, el poder de las miradas femeninas.

Loreak transmite como la bondad y le belleza son contagiosas, al igual que el prejuicio y el cinismo. Con un humor muy ingenioso los directores y guionistas retratan el patetismo del nihilista desesperanzado, de aquel que mira con envidia y recelo al que sorprende con flores, al que sigue acordándose de las personas que quiere. Aquel que confunde las flores con el mal. 

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