Este vídeo me ha recordado a un texto reciente que leía en la revista en papel de Filasiete. Alfonso Méndiz cuenta la repercusión internacional que tuvo Sonrisas y Lagrimas. Estas dos anécdotas no tienen desperdicio.
En consonancia con esa respuesta, el filme despertó fenómenos de adhesión popular absolutamente desmedida. Hubo un señor que vio decenas de veces la película: en el mismo cine, en la misma butaca. Años después cuando la sala iba a ser derruida, compró esa butaca que tanto añoraba y se la llevó a su casa.
Quizás el caso más llamativo fue el de una mujer de Gales que vio la película 307 veces durante los primeros nueve meses de exhibición. Acudía al Teatro Capitol, en Cardiff, dos veces al día y los domingos una vez. Comía en el restaurante del cine, veía la proyección de la tarde, salía a tomar el té y volvía para la función de la noche. Después de la visita número cincuenta y siete, la gerencia del teatro le dio un pase gratis para las futuras funciones. Su nombre era Myra Franklin y su mayor felicidad le llegó en 1966, el día en que fue presentada a la autora del libro. En esa ocasión dijo que la película le había enseñado que el amor es lo más importante en el mundo. Cuando le preguntaron por qué veía la cinta tan a menudo, simplemente contestó: “Porque me hace sentir feliz”.
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