Un ejemplo a seguir

No me daba muy buena espina. Todo lo que rodeó a Sor Maria, la monja imputada por el caso de los bebés robados en los años 80 en Madrid, olía a ese hambre insaciable de los medios en carnaza basura de oferta. Siendo además Telecinco la cadena que emitía la miniserie Niños robados temía lo peor. Pero me habían llegado comentarios positivos y me he atrevido a entrar en un mundo cruel de madres solteras, avaricia y bebés trasladados de regazo en regazo como mercancía ligera.

Ya para empezar la serie me pone muy a favor al tener actrices estupendas como Adriana Ugarte, Nadia de Santiago (un descubrimiento reciente en Ali), Macarena García (qué decir de esa mirada en Blancanieves), Blanca Portillo (en un papel temible: Sor Maria, un personaje malvado con más contrastes y matices de los que esperaba). Incluso está la mítica presentadora Belinda Washington (muy solvente haciendo un papel contrario a su simpatía natural). También hay actores secundarios con mucho talento como Diego Martin, uno de esos actores que siempre te cae bien, que te crees lo que te dice, y Emilio Gutiérrez Caba, desarrollando su rol habitual de malnacido existencial.


Pero sobre todo lo que me gusta de esta miniserie es el guión de Helena Medina, que ya hizo un trabajo muy hábil en 23-F: El día más largo del Rey. Agradezco el tono medido, el que haya contención en lo que no deja de ser un culebrón policíaco. Hubiese sido muy rutinario encontrarse con un dibujo simplista y maniqueo, otro ajuste de cuentas a la España de Franco que aún coleaba en los años de la Transición, y a la Iglesia Católica como nave nodriza de monjas asesinas, curas cómplices y fieles perversos que como te descuides te envenenan con agua bendita.

En Niños robados hay mucha verdad porque hay un intento de meterse en la piel de todos los personajes, de darles un cierto recorrido, de ofrecer contrapuntos. En este sentido la agria Sor María también se ve como un personaje atormentado, impulsada por el doctor Mena. 

Y sobre todo se ve a una monja en frente, Sor Herminia, que sin dejar de ser monja, rezar, dedicarse a los pobres, quiere buscar la verdad sobre los bebés robados y ayudar a las madres solteras. El retrato de esta religiosa es conmovedor y tiene un peso esencial en el guión. Un equilibrio necesario para mostrar algo evidente: hay miles de monjas anónimas que llegan a la pobreza más absoluta, dan luz donde no hay más que olvido y desesperanza… Ya, me dirá algún productor televisivo, pero eso no vende. No estoy de acuerdo. Niños robados ha sido todo un éxito poniendo como una de las protagonistas a una monja ejemplar como Sor Herminia. No tan simpática como Gracita Morales en Sor Citroen o la espabilada Whoopy Goldberg en Sister act, pero sí tan entrañable y sincera.

Además esta serie tiene una música reiterativa pero eficaz, un dramatismo de miradas, más que de lágrimas, de sugerencias en los diálogos más que de gritos en salas de espera. Y por si fuera poco el segundo capítulo es aún mejor que el primero. En total casi tres horas de muy buena televisión nacional. Esperemos que la plaga siga extendiéndose.

Calificación: 8


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