Eduard Cortés suele tener buen ojo para las historias. Ya le sucedió en La vida de nadie, su primera y en mi opinión mejor película. Esta vez da una vuelta de tuerca al cine de casinos que en los últimos años ha estado presente por gracia o desgracia (según qué escena y qué parte de la trilogía) por los chicos de Ocean.
Lo primero que hay que decir es que la película tiene sello propio. Rodada en Mallorca y con guiños al cine norteamericano (especialmente en el inicio con un canción interpretada por Daniel Bruhl en un ambiente muy cool), The Pelayos es una película que arranca con un planteamiento original: un robo sin delito, un atraco sin atraco. Una historia real (allí estaban ayer en Málaga todos los Pelayos vestidos con la camiseta de la película), que parece ficticia.
La película está muy bien rodada, fotografiada e interpretada por un elenco muy completo y bien escogido. Además el diseño de producción tiene las dosis necesarias de glamour (diez veces más barato que el de la trilogía de Soderbegh y comandada por Clooney).
El problema es que a la película le faltan vueltas y giros, algo que le suele suceder a Eduard Cortés. No deja de ser una historia pequeña de unos personajes pequeños. O al menos eso es lo que nos muestra la peli. Es significativa la carencia de matiz y romanticismo de las relaciones "afectivas". Poco más que sexo, compulsivo y frenético, tan precipitado como aburrido. La metáfora del juego también daba para bastante más, pero Cortés no es Dostoievski precisamente. Así que la película se pierde a los 30 minutos y regresa al final, demasiado tarde ya, evidenciando lo que podría haber sido y no fue.
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